La campeona mundial falleció este lunes, pero su historia no se entiende sin sus primeros pasos en Río Cuarto, ciudad donde comenzó a entrenar, forjarse y creer que podía cambiar su vida a los golpes… de esperanza.
Alejandra “Locomotora” Oliveras no fue solo una boxeadora. Fue una sobreviviente, una luchadora de la vida, y una campeona de las que no se fabrican todos los días. Y aunque su nombre recorrió el mundo, su historia empezó a escribirse entre los gimnasios humildes de Río Cuarto, donde entrenó por primera vez con guantes, vendas y coraje.
Había llegado desde Jujuy, escapando de la pobreza y la violencia, cargando a su hija y sus sueños. Fue en esta ciudad donde encontró su primera esquina, su primer entrenador, su primer round en serio. Río Cuarto la abrazó cuando todavía era una desconocida con hambre de gloria.
Quienes la conocieron en ese entonces no olvidan su energía, su carácter explosivo y su disciplina feroz. Acá aprendió a canalizar su historia en cada golpe. Acá, muchas veces, le ganó a la derrota antes de subirse a un ring.
“No nací para ser víctima. Nací para pelear”, repetía. Y en Río Cuarto empezó a hacerlo.
Hoy, con su partida física, la ciudad no solo despide a una campeona mundial: despide a una mujer que la eligió como punto de partida, y que jamás dejó de pelear.
Descansá en paz, Locomotora. Río Cuarto te recuerda de pie.
